por Lic. P. Victoria Bognanno – Nutricionista – M.P. N°3839
El deseo de querer cambiar hábitos y costumbres arraigadas en nuestras vidas, familia y sociedad, es común. Cada tanto, como si fuese una oleada de alguna sensación corporal o psíquica, nos convencemos de que lo que estamos haciendo no está bueno, que podríamos hacerlo mejor, comenzamos a culpar a los que nos enseñaron a hacer tal o cual cosa, nos culpamos nosotros y comienza un ciclo sin fin.
Cada año lo intentamos, cada mes decimos el lunes empiezo, el mes que viene lo intento, mejor el año que viene porque este año ya está perdido ¡Y qué año! Este sí que pareciera permitirnos hundirnos en la autocompasión, en la pregunta del para que sin fin y dejarnos ahí, en un paréntesis.
Esto puede aplicarse directamente a la alimentación, digo, el paréntesis. Nos detengamos a pensar un poco en esta práctica social donde se mixtura la cultura y la ciencia. Podríamos decir que aunque queramos dividir las ciencias naturales de las sociales en las prácticas cotidianas de la vida, esto no sucede.
Decía, la alimentación ¡qué hermosa es! Todos la sentimos, muchas veces la soñamos y casi siempre la vivimos (utilizo la palabra casi de manera literal, aún en Argentina existe gente que no siempre puede alimentarse). Sin embargo, pareciera, que en este tiempo, a la alimentación también se le puso un barbijo, para callar una situación que brota hace tiempo en nuestro país.
La realidad es que, bueno, la realidad siempre es una interpretación. Así, que mejor dicho, una de las interpretaciones que hoy les comparto es, que esta circunstancia vino a revelar más claramente lo que se encontraba difuso para algunos. Una vez más, se demostró la desigualdad en el acceso a los alimentos y a todo lo que ellos traen consigo. No solo la posibilidad de nutrir el cuerpo, sino los significados, los símbolos sociales, los encuentros, las cosas que se generan alrededor de un alimento.
Siempre hubo desigualdad, siempre hubo pobreza, siempre hubo gente que no llega a comer todo lo que tiene que comer. Pero también, siempre hubo oportunidades, siempre hubo riquezas y siempre hubo gente que pudo comer lo que tenía que comer y hasta más de lo que tenía que.
Entonces la pregunta es ¿Por qué existe esta interpretación antagónica de la realidad frente al alimento? ¿Acaso este año reveló algo nuevo? ¿No sabíamos ya nada del hambre?
Muy poco se habla del hambre. Y si se habla, ya no duele como antes. Porque es una palabra manoseada, usada para fines demagógicos y corruptos. Sin embargo, si nos detenemos a pensar un momento sobre el hambre y tratamos de sentirnos en ese lugar, como si fuese un ejercicio o una meditación, el simple hecho de tratar de experimentar el hambre, debería darte piel de gallina. Y en ese momento se nos llena de pensamientos la cabeza de que el estado se debe hacer cargo, que yo hago lo que tengo que hacer, que esta situación no es mi culpa, y así, de a poquito, nos despegamos de una realidad que también es nuestra. Como la de la superabundancia, la del exceso exagerado, la del pecado capital. Esa también es una realidad que muy poco se habla en este tiempo. ¿Los extremos se tocan? En este caso pareciera que no, porque los resultados son distintos, aunque si nos ponemos a pensar en profundidad, el déficit y el exceso de nutrientes producen malnutrición. O sea ¿Se tocan? Eso lo dejo a la interpretación de cada uno/a.
En mi barrio hay hambre, seguro que en el tuyo también. Lo que pasa es que el hambre es como una raíz de una planta rastrera, no es frondoso como un árbol, no se deja ver. Se percibe, pero se naturaliza, aunque su raíz penetra en cada espacio al que quiere llegar, rompiendo veredas y oportunidades.
Aunque al final de cuentas, lo que quería compartir, es algo que aún no tengo resuelto y no creo que lo pueda hacer aún. Los opuestos, tan opuestos, me cuestan, me duelen, me movilizan. Este año nos vino a contar muy de cerca, me animo a decir que como se cuenta un secreto, que esta realidad no nos es ajena. Que hay que masticar la situación alimentaria que vivimos a diario. Que hay que empezar a tomar decisiones sanas entorno al alimento y con sanas no me refiero solo a lo nutricional, sino también a lo emocional que viene en el mismo combo. Que hay que ser sensibles con los/as demás, compartir y dejarse compartir.
¿Acaso no nos damos cuenta de lo afortunado/a que uno/a es cuando tiene la posibilidad de hacerse las siguientes preguntas?: ¿Qué vamos a comer hoy?; ¿Hace falta que vaya a comprar algo para comer?; ¡Qué rico olor! ¿Qué estas cocinando? Preguntas que cargan un sinfín de oportunidades previas, disfrutadas y naturalizadas. Si yo las tengo ¿Por qué el otro no? ¿Por qué existen personas que les tienen miedo a las preguntas que yo tan naturalmente hago? Una vez escuche por ahí, que la crisis es cuando se cambia lo obvio y natural, por un interrogante. Desde la pregunta, la reflexión y la crítica, podemos construir algo diferente, quizá… oportunidades concretas.