El ídolo de la generación X, como se lo suele denominar a Cobain, marcó una época, un estilo y una forma estar en el mundo. Hoy domingo, cinco de abril, se cumplen 26 años de la trágica muerte de uno de los máximos representantes del estilo Grunge, surgido en la ciudad de Seattle, Estados Unidos.
El líder de Nirvana representaba el género “sucio” tanto en su aspecto físico y artístico, como también en su manera de vivir. Su vestimenta era sencilla y desarreglada (con pelo grasoso, saquito de lana y una remera) -como se lo puede observar en el mítico Unplugged que grabaría Nirvana el 18 de noviembre de 1993 en Nueva York, tan sólo unos meses antes de su enigmático suicidio-; además, renegaba del éxito, la fama y el reconocimiento, Sufría de bronquitis crónica y, como si esto fuera poco, también padecía de una fuerte y potente adicción a la heroína. Todos estos factores harían de Cobain un artista sensible, con voz y letras penetrantes, reflejando una personalidad atravesada por el dolor y una depresión galopante.
Las letras de sus canciones identificaban a jóvenes desencantados con el glam metal estadounidense, –un género que había calado hondo en la escena musical de los ´80 con grupos tales como Bon Jovi, Mötley Crüe y Guns N Roses-. Es que aquellos que se aferraron al Grunge y sobre todo a Nirvana buscaban una alternativa a lo que se ofrecía. Por ello se aliaron a un estilo que criticaba al mercado, con profunda conciencia social, defendiendo y visibilizando a rajatabla los sectores más vulnerables. Lo contrario, claro, a aquellas bandas que se aferraban a la idolatría por el poder y la fama.
Cabe señalar que Cobain no quería ser una referencia de moda ni mucho menos convertirse en un mártir. No obstante, a raíz de lo descripto, surgen algunas preguntas que quedan en el tintero y sería interesante formular teniendo en cuenta una serie de temas que atraviesan la actualidad. ¿Qué diría Cobain, de 53 años, en pleno 2020, con respecto al hiperindividualismo consumista, el Instagram o las redes sociales en general? ¿Qué opinión le merecería el avance en la conquista de derechos por parte del feminismo y de la comunidad LGBTIQ?
Los interrogantes se multiplican y no hay respuesta. Tan sólo podemos lograr algunas conjeturas. En primer lugar, podríamos pensar que el cantante estaría ilusionado con el avance del feminismo a nivel global, sumados a los derechos adquiridos a lo largo del tiempo por la comunidad LGBTIQ. Estos por nombrar algunos de los sectores por los que el mítico artista luchaba y se embanderaba, siempre en contra del machismo en todas sus facetas.
Por otro lado, podríamos pensar que Cobain se encontraría en desacuerdo, por no decir que aborrecería, esa necesidad del sujeto contemporáneo de mostrarse a sí mismo como un trofeo comercializable, propio de un atributo narcisista en estos tiempos.
Lo que sí es algo irrefutable es que la muerte de Kurt Cobain dejó un vacío inconmensurable para un gran sector de la población que veía en él un arte y una vía de escape a su propio malestar en la vida. Con la desaparición de este líder que poco tenía que ver con el carisma, sino más bien con la apatía, se fue un icono de la música que representaba, y sin querer, la amargura y el disgusto de millones de personas que intentan hasta el día de hoy sobrellevar una existencia pesada y con desánimo.