La cuarentena de los libros, el café y los escritos. La cuarentena del encuentro con el otro y las anécdotas. Sí, todo esto nos tomó por sorpresa, llegó de repente como cuando uno recibe visitas en su casa que no espera. Así, con algo de timidez y aceptación obligatoria, cada cual se fue amoldando a las nuevas disposiciones del Gobierno Nacional.
Los que pueden, -porque muchos otros deben ver la manera de sobrevivir a una pandemia sin perder su trabajo ni su comida diaria-, deben adaptarse, poco a poco, no tanto a lo que diga el mercado o la bolsa; el dólar o el noticiero de turno, sino más bien a lo que responde a su salud y a la de los otros.
Es que existe una tensión evidente en todo esto: no estamos acostumbrados a la frase “quédense en su casa, no salga. Trabaje desde allí si puede o mejor lea, mire una serie, converse con sus familiares o simplemente bese o acaricie a su perro que tanto lo necesita”. No estamos acostumbrados a parar, a decir ´basta, esto no lo quiero para mí´; eso que muchos llaman ´encontrarse consigo mismo´. No estamos acostumbrados al no hacer, precisamente porque impera, en estos tiempos, el producir en forma compulsiva y sin ningún tipo de prurito.
El famoso eslogan “Yo Me Quedo En Casa”, el cual circula desde el inicio por todos los canales de comunicación, no nos cabe en la cabeza. No siempre aquellos que no acatan las normas y salen son los necios e irresponsables, que los hay; sino también, y aquí es necesario repensar la lógica de vida, porque existe una especie de imposición a ganarnos la vida y adquirir así, por obra de gracia, un mínimo de respeto ante la burocracia del mundo.
De esta forma, los consejos y los cuidados que millones de argentinos y argentinas recibieron durante estos días se relacionaron a lo fundamental: cuidar la vida.
-Nosotros vamos a su casa si su madre, su padre, abuelo o abuela tiene fiebre-, ésta y otras recomendaciones resonaron con basta emoción en el corazón de todos. Mientras los oídos se deleitaban y todo ocurría tan rápido, debíamos comenzar a comprender que al menos por unos días, no había que luchar ni imponernos sobre el otro. Sí, teníamos que agudizar la escucha y el calor humano, no desconfiar, dejarnos llevar y por sobre todas las cosas, quedarnos quietos.
Por otro lado, son comprensibles las críticas de aquellos que permanecieron y permanecen aún en cuarentena, manifestando su descontento y rabia ante los que se vieron compelidos a salir. En este sentido, desde el primer minuto, los enfadados sostuvieron la misma frase:
-no salgan. Es que no entienden, el contagio se propagará-
Sucede que, a fin de cuentas, están asustados y con temor de que esto no culmine en 15 días y tienen razón. Sin embargo, hay algo que debemos tener claro: la contención y el amor no pueden faltar.
Por su parte, el personal de salud en toda Argentina, merece ser reconocido desde lo afectivo, pero por sobre todas las cosas, desde lo económico, pues se han inmolado por una causa que nos compete a todos.
En este marco, las necesidades esenciales de la condición humana se han revalorizado. Los abrazos se reencontraron en un vínculo fraterno, en lo verdadero y las prioridades han cambiado, al menos provisoriamente.
No importa, más allá de las consecuencias que están a la vista, cuánto dure este retroceso a lo más profundo de las relaciones. Lo que sí importa es que, a partir de una pandemia, hemos encontrado una salida y un pensamiento lateral a lo que acontecía hasta el momento. Hemos encontrado otra posibilidad de vivir, alejados de lo que “es correcto o aceptable” y de lo que es bien visto por un sistema invisible que opera a cuestas de nosotros mismos.
En suma, lo único que vale hoy es no morir aquí y ahora a causa de este virus, no perecer ante el contagio. La muerte ha cobrado su valor, pues ella le da sentido a la vida por más paradójico y controversial que eso parezca.
Hoy es momento de luchar todos juntos por salir adelante. La competencia, tan característica de la época, debe volcarse a una sola causa: la erradicación de este virus que tanto azota a nuestro país y que expone con fatalidad, pero también con gran asidero, la existencia de la muerte, un suceso casi siempre invisibilizado por nuestra cultura.