Cada 12 de mayo se conmemora a nivel mundial el Día Internacional de la Enfermería.
En el contexto actual, donde una pandemia amenaza con romper nuestra cosmosvisión del «futuro inmediato» mientras esperamos intranquilos en casa que todo esto pase, miles de trabajadores y trabajadoras de la salud se enfrentan cuerpo a cuerpo a este virus inefable.
Desde la noción de la salud como campo de batalla frente a este «enemigo invisible», resuena la voz de una de las pioneras en el arte de curar: Florence Nightingale. «Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él».
Nacida un 12 de mayo de 1820 en Florencia, Italia, fue la primera enfermera profesional de la historia. Se la considera fundadora de esta disciplina que se centra en curar y en cuidar, pero sobre las bases de una organización hospitalaria en la que fue pionera, creando las primeras escuelas de enfermería en las que se estudiaba con el material didáctico que ella misma elaboraba. Esta enfermera que creció en el seno de una familia británica, vivió aquellos tiempos librando batallas en contra de convecionalismos de la época.

Desde la decisión de estudiar matemáticas, que luego aplicó a las estadísticas hospitalarias, hasta conseguir que su familia respetara su no rotundo al matrimonio, Florence rompió con los estereotipos de cualquier jóven burguesa de familia protestante en el siglo XIX: ser soltera, viajar y formarse en la práctica de los hospicios y los internados.
Su batalla definitiva la libró como enfermera en los hospitales de campaña de la guerra de Crimea (entre 1853 y 1856), en donde ejerció de líder de una delegación de mujeres (entre las que había monjas católicas con experiencia y trabajadoras sin experiencia) reclutadas por el Gobierno británico para asistir a los heridos.

Viajó desde siempre. Visitó Francia, Grecia y Suiza, pero su viaje principal fue el que emprendió a Egipto con casi 30 años, y con el fin de alejarse de su pretendiente. Las aventuras orientales estaban de moda entre la aristocracia europea debido a los descubrimientos arqueológicos. El matrimonio Bracebridge invitó a Florence Nightingale a pasar el invierno de 1849 y la primavera de 1850 navegando por el Nilo y visitando templos de dioses milenarios.

La joven librepensadora era profundamente cristiana y necesitaba reflexionar sobre la misión que, sentía, tenía encomendada, aunque aún no había conseguido darle la forma definitiva de una profesión.
Al volver de aquel viaje, se formó como enfermera en una institución sanitaria alemana en Kaiserswerth, a las afueras de Düsseldorf.
Su mayor reto fue ser superintendenta del hospital de Escutari (Estambul) en la guerra de Crimea
“Así sufren aquellos que abren caminos; así caen aquellos que se lanzan al vacío; pero tienden un puente para que lo crucen otros”, escribió años después, ya como superintendenta del hospital de Escutari (Estambul), durante la guerra de Crimea.
En esa contienda se reconoció la necesaria labor de las enfermeras por la dedicación y el valor de una visionaria como Nightingale, cuyo trabajo empezó a convencer a los médicos de, por ejemplo, lavarse las manos entre una cirugía y otra. Y de aquella guerra se llevó también el apodo de la Dama de la Lámpara, por su costumbre de realizar rondas nocturnas consolando a los enfermos.
Volvió a su casa londinense cuando el último herido estuvo a salvo y se confinó a escribir y a enseñar. Ahora, cada 12 de mayo, coincidiendo con su nacimiento, se celebra el Día Internacional de la Enfermería.

Fuente: El País