Entre el Coronavirus y la ciencia ficción

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El día miércoles, luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase que estábamos frente a una pandemia, el coronavirus (COVID-19) provocó un caos en todo el país. Es claro que hay varios casos confirmados, de eso no hay duda, ¿pero hacía falta la propagación de tanto pánico a través de los canales de televisión? Es que el periodismo hegemónico jugó nuevamente un papel fundamental y saboreó su mejor plato con la nueva enfermedad que está en boca de todos.

En las redes sociales los usuarios compartían, como de costumbre y en una especie de juego macabro, memes y frases de toda índole que ilustraban los acontecimientos de la fecha y decretaban sus propias reglas de juego. El derrumbe parecía inevitable y aquel plan de -“irse y dejar todo”- a veces utópico, pero tan presente en la actualidad tomaba un poco de sentido.

Al día siguiente, el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, hablaba por cadena nacional para llevar paños fríos a la situación, luego de haber firmado un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que declaraba la “Emergencia Sanitaria” por 365 días.

En el comunicado, Fernández establecía la obligatoriedad de aislar por 14 días a las personas que ingresaran al país desde algunos de las zonas de circulación del virus: entre los que se encontraban todos los países de Europa, Estados Unidos, China, Japón, Corea del Sur e Irán.

Más allá de estadísticas, números y aclaraciones, el colapso que se vivió esta semana no tiene precedente alguno. La información circulaba en una rueda imparable y los resultados se temían catastróficos; tal como sucede en una película de ciencia ficción apocalíptica que gira siempre en torno a una enfermedad o figura de orden natural para explicar un determinado fenómeno.

En estos productos, como en la realidad, los periodistas de televisión se protegen en una especie de cubo impenetrable y permanecen al resguardo. Peinados y con traje, sugieren qué pasos deben seguirse- como si en el fondo se burlaran del televidente que está viendo cómo sacar a un familiar de los escombros-. Es que suponiendo que el mundo se caiga a pedazos -en estas películas- los conductores y conductoras de los noticieros más influyentes se observan inmaculados y sin miedo; inmunes a todo, relatando el minuto a minuto de tsunamis, enfermedades, asteroides o lo que fuese que pondrá fin a la humanidad.

En nuestro caso, ya sin ficciones ni analogías, se vive una situación muy parecida: especialistas de todo tipo que cumplen su minuto de fama hablan por televisión del Coronavirus y el impacto en los mercados internacionales. Su verdad se presenta servida en bandeja y no hay manera de rebatirlas.

Las demás instituciones hacen lo que pueden: cierran universidades, museos, cines y eventos de cualquier índole. Se trata de conseguir todo lo necesario con tal de mantener la higiene. La comunicación se provee a través de grupos virtuales. Allí recomiendan no dar besos ni caricias ni salir a la calle, porque así se evitaría cualquier contagio del exterior.

En simultáneo, pareciera que “la televisión” se convirtiese en un espacio de aislamiento entre cámaras y cables, pasillos y camarines donde todo se relata o se vomita. Mientras el pueblo los escucha y se aturde con las representaciones de una realidad, todo se transforma en caos y contradicción; incertidumbre y cuarentena; vacío y soledad.

El coronavirus no es una película de ficción europea o estadounidense, pues en esos casos se establece un pacto de lectura con el espectador. Acá no. Los programas suceden, provocando discusiones acaloradas y generando contenido que suman a la intolerancia, el miedo, la frustración, el despojo, el pánico, el rechazo, la segmentación y la tristeza preexistentes. Aquí opera, como es común, el “sálvese quien pueda” mientras los olvidados de siempre, los que pelean por un mínimo de salud y supervivencia, yacen ahí y gritan con el último hilo de voz para no pasar indiferentes.